miércoles, 10 de diciembre de 2008

Polvo de tierra pero más bien el placer de pintar


Polvo de tierra pero más bien el placer de pintar
De lejos se nota cuando la intención es clara y no se arropa de discursos falsos ni busca semejanzas con lo ya aprobado y estable. Hay premisas detrás y límites, es decir, un ámbito restrictivo en que se inscriben modos de hacer. Como en el juego, cualquier juego, que suele ser la actividad más libre pero paradójicamente siempre tiene reglas. De las canicas al ajedrez. El juego aquí implica la omisión del color, el empleo sólo de blancos y negros, acrílico sobre tabla, paladio, formatos medios casi invariables, algunos conceptos de yuxtaposición, tendencias hiperrealistas y una suerte de aproximación al minimalismo de pronto abandonada gracias a la emergencia involuntaria de una devoción barroca.
Las series de Sofía García y Magali Goris se suscriben a líneas generales de acción que ofrecen rasgos afines y diferenciales con respecto a las premisas. Antes, comulgan porque son residentes porteñas, colegas, amigas, egresadas en muchos casos de los mismos estudios y talleres, obsesivas y disciplinadas pintoras, atentas seguidoras del consejo y respetuosas de la opinión (inclusive a regañadientes). Pasión por el trabajo, ganas y esfuerzo son su denominador común. Pasión, es decir, inclinación impetuosa hacia la pintura, hacia el acto de pintar. Pasión, no feria de vanidades ni percepciones esquizoides acerca de que se es artista con sólo imaginarlo.
Sofía García trabaja, con alguna excepción, sobre geografías parciales del cuerpo a modo de planos casi fílmicos, de encuadres de corte fotográfico. Tiende al hiperrrealismo, divide el campo visual y yuxtapone bichos dibujados, pulcros, quizá demasiado limpios. Busca favorecer la idea de “menos es más” y sostiene para ello varias luchas: contra su espíritu barroco, su tendencia natural a recargar y su propia energía, aquella que desborda y se le desborda de repente y a la cual le cuesta poner freno, aunque lo hace. Cuerpo y bichos sin embargo son pretexto, porque para la autora la pintura es pintura, es decir, que la tabla es para ella, independientemente del tema, el espacio de la acción, el del placer de pintar, aquél en que hacen blanco sus inclinaciones impetuosas. El cuerpo es pretexto pero le interesan el cuerpo y sus detalles, sus volúmenes y el reto que le impone decir algo con fragmentos de él.
Con paciencia de alquimista, Magali Goris pinta huesos, aislados y en recuadros negros que su vez se oponen a un fondo blanco. El tema no es la muerte ni hay discurso alguno sobre “las cosas últimas”. No hay tonos ni argumentos ni ensayos de índole escatológica. No es un memento mori, no es un recordatorio de la muerte. Se trata también de un pretexto en el que los objetos del tema se ofrecen como materia dócil de investigación y a la vez se prestan para ser retratados como si fueran protagonistas de alguna historia. Algo de didáctico hay en las obras, pero más que en un sentido anatómico en uno plástico; y más, cuando se ofrecen a la mirada como artículos que rara vez se encuentran con ella, sobre todo así, decontextualizados y recontextualizados, doblemente enmarcados, dispuestos a ser observados o, más bien, sus formas, luces y contrastes.
En la factura de las obras de García y Goris hay algunas variables, todas ellas paradójicamente vinculadas con una fidelidad traicionera. Y es que ambas se ayudan de fotografías y la malograda profundidad de campo, un mínimo desenfoque o el efecto frontal del flash son traducidos con toda precisión a la pintura. Aun así, las dos series de esta muestra son poseedoras y relatoras de una gran veracidad.
Omar Gasca
Verano de 2005

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